EL FUTURO DE EUROPA. INQUIETUDES, INTERROGANTES Y POSIBILIDADES.

Europa languidece. Eso muestra el gráfico del Fondo Monetario Internacional que se reproduce más abajo. Más allá de razones coyunturales, encontraremos las causas en factores estructurales de fondo: mentalidad, cultura, actitudes, hábitos. Los europeos debemos renovar nuestra visión del mundo y nuestra propia personalidad para preservar el nivel de bienestar alcanzado y jugar un papel destacado ante los difíciles retos para la humanidad que empezamos a afrontar.


“El problema de nuestra época consiste en que
los hombres no quieren ser útiles sino importantes”

Winston Churchill (1874 – 1965)


Hace ya unos años que vengo alertando sobre la crisis climática, que tan de moda se ha puesto en las últimas semanas y meses gracias a la activista sueca Greta Thunberg, al movimiento de jóvenes surgido a su sombra y, recientemente, a la celebración en España de la Cumbre del Clima. Me alegra comprobar que sea así. Recordar, por cierto, que no sólo se trata del clima: la contaminación ambiental en tierra, mar y aire, y el agotamiento de los recursos naturales (algunos tan esenciales como el agua dulce) son problemas que pueden acabar por superarnos si no se toman las medidas adecuadas. Es necesario afrontar sin demora el problema, en toda su amplitud y complejidad.

De igual forma, también vengo alertando desde hace años sobre otra dinámica inquietante: la continua pérdida de relevancia económica y política de Europa en el contexto internacional (PIB, competitividad, por ejemplo) y el progresivo deterioro de ciertos indicadores económicos (como los referentes a déficit público y a endeudamiento público y privado). Dinámica que puede terminar poniendo en peligro el nivel de bienestar y la calidad de vida que hemos venido disfrutando en nuestro continente desde hace décadas. Estas realidades se ven agravadas por la falta de atención que se le presta, apatía e inacción que presagian un futuro poco halagüeño. El ocaso de China como primera potencia mundial en el siglo XVIII está suficientemente analizado y es un claro ejemplo de lo que le puede esperar a Europa de no reaccionar (véase el gráfico que se acompaña).

El gráfico que traigo aquí, elaborado por el Fondo Monetario Internacional, es una prueba palpable de esa decadencia de la vieja Europa y, más allá, de la caducidad de los modelos de desarrollo en los que Occidente ha basado su prosperidad. ¿Es preocupante? En mi opinión, sí, puesto que interpreto que no solo se debe a una mayor fortaleza (y acierto) en otras áreas del mundo, sino también a las preocupantes debilidades que muestra nuestro continente. Pero es necesario matizar.

Gráfico obtenido gracias a la Newsletter de la revista "Descubrir la Historia"


A la vista del gráfico, lo primero que hay que decir es que no pienso que haya que obsesionarse en ocupar un puesto destacado en cuanto al volumen del PIB (el total de la producción del continente). Es mucho más decisivo la composición de este indicador macroeconómico y la configuración de cuestiones tales como la calidad de la producción, la mejora continua, la innovación, la participación de los trabajadores, la organización del trabajo o el consumo responsable. Son temas sobre los que se debería tratar muy extensa e intensamente puesto que afectan directa y poderosamente a nuestro bienestar y a nuestra posición en el actual mundo interconectado. Ello requiere de una acción política acertada y de una actitud muy responsable de todos los actores económicos y sociales.

En este mundo globalizado debemos empezar a convencernos de que la globalización también afecta notablemente a la convivencia, que exige ser enfocada de forma renovada. Se ha hablado mucho de los nefastos efectos secundarios que padecen las sociedades nacionales en cuyo seno se dan grandes contrastes en lo que atañe a la distribución de la riqueza. A nivel mundial sucede exactamente igual como hemos podido comprobar: grandes diferencias entre países crea grandes problemas de estabilidad que afectan a la paz y a la prosperidad mundial.

Europa debe despertar, pero no para recuperar caducos e inaceptables planteamientos, como lo fue el colonialismo, sino para perfilar una nueva personalidad que aporte bienestar a sus ciudadanos, sostenibilidad ambiental y unas relaciones internacionales basadas en el muto provecho. Y es necesario fijar objetivos ambiciosos ya, y ponerse manos a la obra, empezando por una profunda revisión de nuestra mentalidad y de nuestras actitudes, que es lo que condiciona absolutamente todo lo demás.

Hace falta una nueva generación de ciudadanos menos preocupados en copiar las vetustas mentalidades y fórmulas del pasado, y más dispuestos a reconocer el mundo actual tal y como es, planteando alternativas que se ajusten a los nuevos tiempos. Hace falta una mayor responsabilidad, formación e involucración de todos los agentes sociales económicos y políticos, tanto para adquirir un mejor conocimiento de causa como para renovar enfoques, objetivos y hábitos. De ello depende no solo nuestro bienestar económico futuro: también la salud de nuestras democracias y el sano ejercicio de nuestras libertades individuales.


(Me disculpo por tratar temas tan “sesudos” en época de Navidad, cuando deberíamos estar más centrados en desentendernos de preocupaciones, preparar las celebraciones y emocionarnos hasta la lágrima con la publicidad de la lotería)


Emilio Muñoz
Soluciones de gestión para la empresa y los emprendedores

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